Dos individuos discut�an acaloradamente sobre la vanidad de Cristo, cuando de improviso uno de ellos con toda la firmeza de su voz, dijo: --Si Cristo era divino la Biblia deb�a decirlo con toda claridad y de una manera expl�cita.

El otro, aprovechando un momento, le contest� a su contrincante: --�En qu� forma expresar�as t� la divinidad de Cristo, para que fuera m�s cierta?.

--Yo dir�a que Jesucristo es el Dios verdadero.

--No pudiste seleccionar mejor las palabras, pues en Primera de Juan 5:20, hablando sobre Cristo, dice: "Este es el Dios verdadero y la vida eterna". As� termin� satisfactoriamente para ambas partes la disputa entre dos amigos.

El se�or Grimshaw estaba una vez con un noble, quien desgraciadamente hab�a tenido una larga disputa con dos eminentes predicadores, en la cual, como sucede en tales casos, la victoria fue reclamada por ambos lados. El noble, encontr�ndose despu�s con el doctor Grimshaw, quiso inducirlo de igual manera a una disputa; pero �l rehuso hacerlo con estas palabras: "Se�or, si usted desea informaci�n, puedo hacer cuanto est� de mi parte para d�rsela; pero el mal de suted no radica en la cabeza, sino en el coraz�n de donde podr� extirparlo el poder divino; orar� por usted". El noble, lejos de sentirse ofendido, lo trat� con un respeto especial y dijo despu�s que estaba m�s complacido y m�s impresionado por la espontaneidad, firmeza y simplicidad de esta respuesta, que por cualquiera otra cosa m�s que hubiera podido o�r de parte de sus oponentes.