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EL
NI�O Y SU PERRITO
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El due�o de una tienda estuvo clavando un anuncio al frente de su lugar de comercio que dijo �Se Vende Perritos� cuando de repente un ni�o apareci� y le pregunt�, ��Cu�nto cuesta comprar uno de estos perritos?�
El due�o contest�, �Dependiendo al perro, cuesta de $300 a $500 pesos cada uno.�
El ni�o puso su manito en su bolsillo y sac� algunas moneditas y dijo, �Solo tengo veinte siete pesos con cincuenta centavos. �Me dejar�s por lo menos ver y tocar con uno de los perritos?�
El due�o ri� y dijo, �Por supuesto�, abri� la jaula y sac� uno de los perritos m�s hermosos.
El ni�o observ� que uno de los perritos estaba escondi�ndose en el rinc�n de la jaula y que andaba como que si era cojo. El ni�o pregunt�, �Y qu� anda mal con este perrito, Se�or?�
El due�o explic� que ten�a algo mal con su cadera y que siempre ser� cojo.
El ni�o empez� a animarse bastante y dijo, �Ese es el perrito que deseo comprar.�
El due�o dijo, �No, hijo m�o, tu no quieres comprar ese perrito. Si lo quieres, simplemente te lo regalo.�
El ni�o apunto su dedo al due�o y dijo, �No se�or. No quiero que me regalas este perrito. Ese perrito tiene el mismito valor que cualquiera de los otros perritos. Y yo estoy dispuesto a pagar el precio completo. Si est� bien contigo, te entregar� todo lo que tengo, los veintisiete pesos con cincuenta centavos y te prometo pagar cincuenta centavos cada mes hasta pagar por el perrito por completo.�
El due�o sigui� insistiendo que no deber�a de comparar ese perrito. �Es que no entiendes, ni�o. Este perrito nunca jam�s podr� brincar y correr contigo como los dem�s perritos deben.�
Para su gran sorpresa el ni�o levanto uno de sus pantalones y le mostr� el soporte de metal que reforzaba su pierna destrozada por el polio. �Pues yo tampoco brinco y corro bien�, dijo el ni�o con voz muy suave, �y este perrito necesitar� a alguien que le entiende bien�. Por Nick Reyneke
"YO PUEDO HACER M�S QUE ESO" |
La madre, de 26 a�os de edad, se par� al lado de la cama de su hijito de 6 a�os, que estaba muriendo de leucemia. Aunque su coraz�n estaba lleno de tristeza y angustia, ella tambi�n ten�a un fuerte sentimiento de determinaci�n. Como cualquier otra madre, ella quer�a que su hijo creciera y realizara sus sue�os. Ahora, eso no ser�a m�s posible, por causa de la leucemia terminal. Pero, a�n as�, ella todav�a quer�a que el sue�o de su hijo se transformara en realidad. Ella tom� la mano de su hijo y le pregunt�: "Billy, �alguna vez ya pensaste en lo que te gustar�a ser cuando crezcas? �Ya so�aste lo que te gustar�a hacer con tu vida?"
"Mam�, siempre quise ser un bombero".La madre sonri� y dijo: "Vamos a ver si podemos transformar ese sue�o en realidad".
M�s tarde, ese mismo d�a, ella fue al cuerpo de bomberos local, en la ciudad de Phoenix, Arizona, donde se encontr� con un bombero de gran coraz�n, llamado Bob. Ella explic� la situaci�n de su hijo, su �ltimo deseo y, le pregunt� si ser�a posible dar una vuelta en el cami�n de bomberos con su hijito de seis a�os, alrededor de la manzana.
El bombero Bob dijo: "Mire, �NOSOTROS PODEMOS HACER M�S QUE ESO! Si tienes tu hijo listo, a las siete horas de la ma�ana, el pr�ximo mi�rcoles, nosotros lo haremos un bombero honorario por todo el d�a. ��l podr� venir al cuartel, comer con nosotros, salir para atender las llamadas de incendio! Y si nos das sus medidas, nosotros le conseguiremos un uniforme de verdad, con sombrero, con el emblema de nuestro batall�n, un saco amarillo igual al que vestimos y tambi�n botas. Ellos son todos confeccionados aqu� mismo en la ciudad y seguiremos r�pidamente".
Tres d�as despu�s, el bombero Bob busc� al ni�o, lo visti� en su uniforme de bombero y lo escolt� desde la cama del hospital hasta el cami�n de bomberos. Billy se sent� en la parte de atr�s del cami�n, y lo llevaron hasta el cuartel central. El estaba en el cielo. Ocurrieron tres llamadas aquel d�a, en la ciudad de Phoenix, y Billy acompa�� a todos. En cada llamada, el fue en veh�culos diferentes: en el cami�n tanque, en la van de los param�dicos y hasta en el auto especial del jefe del cuerpo de bomberos. El tambi�n fue filmado por el programa de televisi�n local. Tuvo su sue�o realizado. Todo el amor y atenci�n que le dieron lo toc� tan profundamente, que Billy vivi� tres meses m�s de lo que todos los m�dicos hab�an previsto.
Una noche, todas sus funciones vitales empezaron a caer dram�ticamente y la enfermera-jefe, que cre�a en el concepto de que nadie deber�a morir solo, empez� a llamar al hospital a toda la familia. Entonces, ella record� el d�a que Billy hab�a pasado como un bombero, y llam� al jefe, preguntando si ser�a posible enviar alg�n bombero al hospital, en ese momento dif�cil, para quedarse con el ni�o. El jefe de los bomberos contest�: "�NOSOTROS PODEMOS HACER M�S QUE ESO! Nosotros estaremos ah� en cinco minutos. Y h�game un favor. Cuando escuche las sirenas y vea las luces de nuestros autos, avise al sistema de seguridad que no se trata de un incendio. Solamente es el cuerpo de bomberos que viene a visitar, una vez m�s, a uno de sus m�s distintos integrantes. �Y podr�as abrir la ventana de su habitaci�n? �Gracias!"
Cinco minutos despu�s, una van y un cami�n con escalera Magirus llegaron al hospital, extendieron la escalera hasta el piso donde estaba el ni�o y 16 bomberos subieron hasta su cuarto. Con el permiso de la madre, ellos lo abrazaron, lo tomaron en los brazos y dijeron lo mucho que ellos lo amaban.
Con un suspiro final, Billy mir� al jefe y pregunt�: "Jefe, �yo realmente soy un bombero?"
"Billy, �eres uno de los mejores!", dijo el jefe. Con estas palabras, Billy sonri� y cerr� sus ojos por �ltima vez.
(Esta historia es ver�dica.) Walter Sandoval
ROBANDO UNA BARRA DE PAN |
Una noche bien fr�a, en la ciudad de Oklahoma en los E.E. U.U., llevaron a una hombre temblando ante el juez por haber robado una barra de pan. El hombre explic� que su familia estaba muriendo de hambre y necesitaba esa barra. No ten�a trabajo. Sin esperanza alguna y todo en su contra, el hombre en desesperaci�n, agarr� la barra de pan y la escondi� debajo de su chaqueta.
Atrapado ahora en su crimen en contra de la sociedad, estaba parado delante del juez quien declar�, "Es necesario que te castigo. No podremos tener excepciones cuando se trata de la ley. As� que tu castigo ser� una multa de diez d�lares."
Mientras que el juez estaba mirando al hombre desesperado y temblando, puso su mano en su bolsillo en su pantal�n debajo de su toga y sac� un billete nuevecito de diez d�lares y dijo, "Aqu� est� tus diez d�lares para pagar tu multa. Entr�galo inmediatamente al alguacil."
"A prop�sito", continu� el juez, "voy a multar a cada persona en esta sala de juicio cincuenta centavos por el simple hecho de vivir en una ciudad donde un hombre tiene que robar una barra de pan para que su familia pueda sobrevivir."
Con esas palabras el alguacil tom� su sombrero y empez� a pasarla y colectar cincuenta centavos de cada persona en la sala. Luego volte� hacia el ladr�n, le entreg� $47.50 d�lares y con el dinero en la mano, sali� de la sala de juicio el hombre m�s contento del mundo. - Autor desconocido
el otro lado del r�o |
Un pastor que hab�a perdido un hijo pidi� a otro pastor que fuese a predicar en su Iglesia. El hombre, cuando fue, cont� c�mo viv�a al lado de un r�o y sent�a poco inter�s por la gente que viv�a en la otra orilla, hasta que se le cas� una hija, que fue a vivir en el otro lado.
Desde entonces, todas las ma�anas el pastor iba a su ventana, miraba hacia el pueblo que estaba en la otra orilla, y sent�a gran inter�s por toda la gente que viv�a all�.
Refiri�ndose al colega que hab�a perdido un hijo, dijo: "Creo que como el ni�o ha cruzado el r�o, el padre ha de tener m�s amor al cielo que nunca antes." - Por D. L. Moody
LA CONVERSI�N DE SAMUEL MOODY |
Creo que nunca he amado a ning�n hombre m�s que a mi hermano Samuel. Lo amaba mucho, tal vez porque era enfermo, y �oh! �c�mo deseaba llevarlo a Cristo!
Al terminar una predicaci�n una noche, ped� a los que desearan tomar la cruz y seguir a Cristo que se pusieran de pie. Me llen� de alegr�a ver que se puso de pie mi hermano. Parec�a ser la noche m�s feliz de mi vida. Despu�s, mi hermano y yo trabajamos juntos un tiempo, y en el verano sal�amos a caminar y a conversar acerca de nuestro viejo hogar.
Despu�s de un a�o, fui a Chicago, en donde el deb�a encontrarse conmigo m�s tarde. Pero me lleg� un telegrama que dec�a, "Samuel falleci�."
Viaj� mil quinientos kil�metros para asistir a su sepelio, y lo que me dio m�s consuelo fue el vers�culo: "Y le resucitar� en el d�a postrero."
Y cuando vi el rostro de mi hermano, me vinieron las palabras del Se�or: "Resucitar� tu hermano." - Por D. L. Moody
EL D�A EN QUE FINALMENTE LLOR� |
Yo no llor� cuando me di cuenta de que era la madre de una ni�a mentalmente impedida. Simplemente me sent� quieto y no dije nada mientras informaron a mi esposo y yo que nuestra Kristi de dos a�os era � como hab�amos sospechado �retardada.
"Vaya", nos aconsej� amablemente el doctor, "puedes llorar si quieres. El llorar ayuda prevenir serias dificultades emocionales."
A pesar de esas serias dificultades, no pude llorar ese entonces ni durante los meses que segu�a. Cuando Kristi lleg� a la edad para poder asistir la escuela, la pusimos en un kinder de nuestra vecindad. Ten�a siete a�os de edad.
Pudiera haber sido confortante el llorar ese d�a que la dej� en ese cuarto lleno de ni�os de cinco a�os de edad, todos alertos, animados y llenos de seguridad. Hasta este momento de su vida Kristi hab�a gastado horas tras horas jugando a solas, pero en este momento, ella fue la ni�a "diferente" entre veinte y probablemente era el momento m�s solitario que jam�s hab�a experimentado.
Sin embargo, cosas positivas empezaron a suceder a Kristi en su escuela y en las vidas de sus compa�eros de clase. Mientras se gozaron y jactaron de sus propios logros, los compa�eros de Kristi siempre se angustiaron por estar seguro que Kristi recibiera halagos tambi�n como: "Kristi tambi�n logr� deletrear todas sus palabras hoy!" Nadie se preocup� agregar que la lista de palabras que ten�a Kristi era m�s sencilla que la de los dem�s.
Durante el segundo a�o de escuela de Kristi, se enfrent� con una experiencia traum�tica. El evento ser�a grande y ante todo el p�blico y basada en una culminaci�n de las actividades musicales y de educaci�n f�sica de todo el a�o. Kristi estaba muy atrasada en su coordinaci�n f�sica, igual como la de m�sica. Igual como con Kristi, mi esposo y yo tem�amos horriblemente la llegada de ese d�a.
El d�a de este evento, pretend�o Kristi estar enferma. Yo quer�a desesperadamente mantenerla en casa. �Por qu� dejar a Kristi ser reprobada en un gimnasio lleno de padres, estudiantes y maestros? Que soluci�n m�s sencillo el simplemente dejar que mi ni�a se quedara en casa. Seguramente no ser�a la gran cosa perder un solo programa. Pero mi conciencia no me dejaba en paz. As� que casi empuj� a una p�lida y poca dispuesta Kristi en el cami�n de la escuela y empec� yo misma a enfermarme.
As� como ten�a que forzar a mi hija ir a la escuela, ahora ten�a que forzarme a m� misma ir al programa. Parec�a que nunca iba a llegar el tiempo para la participaci�n del grupo de Kristi. Cuando al final lleg� el momento, entend� perfectamente bien el por qu� Kristi andaba tan preocupada. Hab�an dividido su clase en equipos de relevo. Con sus reacciones lentas, d�biles y torpes, era seguro que ella iba a atrasar o aplazar su equipo.
Sorprendentemente, todo iba bien, hasta el momento para la carrera de los costales. En esta carrera, cada ni�o ten�a que entrar en el costal desde una posici�n parada, saltar hacia la meta y luego salirse del costal.
Estaba mirando a Kristi parada casi al final de su fila con una mirada temerosa. Pero al llegar al turno de Kristi, el equipo inmediatamente hicieron un cambio. El ni�o m�s alto se coloc� en una posici�n atr�s de Kristi y puso sus manos alrededor de su cintura. Dos otros muchachitos se pusieron un poco delante de ella. En el momento que el pen�ltimo compa�ero de clase sali� del costal, los dos muchachitos agarraron el costal y lo detuvieron abierto mientras que el muchacho alto alz� a Kristi y con mucho cuidado, la baj� dentro del costal. Una muchachita agarr� la mano de Kristi y la sostuvo hasta que Kristi pudo balancearse.
De ah� en adelante empez� Kristi a saltar con la sonrisa m�s grande del mundo y bien orgullosa de si misma.
Mientras que todas las maestras, padres y compa�eros de escuela estaban gritando y animando a mi Kristi, yo busqu� un lugar solitario y empec� a agradecer a Dios por gente en la vida tan amable, cari�osa y lleno de entendimiento que quer�an hacer posible que mi hija retardada pudiera sentirse como cualquier otro ser humano.
Fue entonces cuando al fin llor�. - Por Meg Hill