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Se
dice que Enrique el Grande de Francia hallaba mucho placer al conversar con
cierto hombre honesto y religioso, del pueblo humilde, quien trataba con mucha
confianza a su majestad.
Ese hombre dijo cierto d�a al rey: �Se�or, cuando oigo a alguien
hablar mal de vos, siempre os defiendo.
S� que sois muy justo y generoso, y que hab�is hecho muchas cosas
nobles y dignas de alabanza.
Pero ten�is un vicio por el cual Dios os condenar�, si no os arrepent�s:
me refiero a vuestro amor il�cito para con algunas mujeres�. El rey, seg�n
se dice, era demasiado magn�nimo para resentirse por esta reprensi�n; pero por
mucho tiempo la sinti� en su coraz�n clavada como una saeta.
Despu�s dec�a a sus amigos �ntimos que los discursos m�s elocuentes
de los doctores de la Sorbona nunca le hab�an impresionado como esta reprensi�n
sincera de su humilde amigo.
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