A B C D E F G H I J L M N O P Q R S T
U V
Hebreo Bíblico
Ubicar, Poner
Verbo
shéÆm (µyvi), «colocar, ubicar, poner, fijar». El
vocablo también aparece en acádico (shamu),
arameo (incluyendo arameo bíblico), arábigo y etiópico. Se encuentra unas 580
veces en hebreo bíblico, durante todos los períodos y casi exclusivamente en su
raíz primaria.
La primera vez que shéÆm se encuentra indica «poner o
ubicar» alguna persona u objeto en algún lugar: «Y Jehová Dios plantó un huerto
en Edén al oriente; y puso allí al hombre que había formado» (Gn 2.8). En Éx
40.8, el verbo significa «poner» algún objeto en forma vertical o perpendicular:
«Finalmente pondrás el atrio alrededor, y la cortina a la entrada del atrio».
Otros objetos se «ponen» en un sentido figurado, como por ejemplo, un muro. De
ahí que Miqueas habla de «poner» un sitio, un muro, alrededor de una ciudad:
«Han puesto sitio contra nosotros» (Miq 5.1 lba; cf. 1 R 20.12). La misma imagen
se usa en sentido figurado en relación a una muralla humana que se interpone en
el camino: «Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino
cuando subía de Egipto» (1 S 15.2).
ShéÆm algunas veces se usa con el sentido de «imponer» (negativamente): «Entonces les
impusieron jefes de tributo laboral que los oprimiesen con sus cargas» (Éx 1.11
rva). Un uso más positivo es cuando se «designa» o «nombra» (con la aprobación
de los involucrados). Este es el caso en 1 S 8.5, donde los ancianos piden a
Samuel: «Constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las
naciones». En estos casos, una persona con autoridad determina, o bien se le
pide que determine, algún asunto. Este es el enfoque del vocablo en Nm 24.23,
donde Balaam pregunta: «¿Quién vivirá cuando hiciere Dios estas cosas?».
El verbo también significa «hacer»,
como es el caso en Sof 3.19: «Salvaré a la coja y recogeré a la descarriada, y
haré que tengan alabanza y renombre en todos los países donde fueron confundidas»
(bj).
En algunos pasajes shéÆm se usa en sentido figurado de
poner un asunto en la mente: «No han puesto a Dios delante de sí» (Sal 54.3; «no
toman en cuenta a Dios» rva; nvi). La misma frase se usa en sentido literal en (Ez
14.4).
ShéÆm también quiere decir «poner» en el sentido literal de «colocar» un objeto sobre
el suelo, una silla o alguna superficie plana: «Edificó allí Abraham un altar, y
compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña» (Gn
22.9). En una acepción parecida uno «pone» distancia o espacio entre dos
personas: «[Labán] puso tres días de camino entre sí y Jacob» (Gn 30.36). En Job
4.18, el término significa «señalar un error» o «ponerlo en contra» de una
persona. Muy parecido a esto es la aplicación jurídica de shéÆm en 1 S 22.15, donde significa «imputar»
o «atribuir a otro una responsabilidad o crimen», y en Dt 22.8, donde «poner
sangre en tu casa» (rv) se refiere a inculparse o incriminarse uno mismo. Otros
pasajes emplean el verbo para vestirse («ponerse la ropa») vestidos (Rt 3.3). O
bien, lo usan para imponer una tarea (Éx 5.8).
Cuando el término se usa con «mano», shéÆm puede significar el acto de poner
algo en la mano de alguien (Éx 4.21) o de tomar con la mano (agarrar) algún
objeto (Jue 4.21). «Echar mano» o «arrestar» (2 R 11.16 rva, lba) guarda
relación con la misma idea.
El verbo se puede usar en el sentido de
«servir de fiador» de alguna persona. Job dice: «Deposita [«coloca» lba] contigo
una fianza para mí» (Job 17.3 rva). Estrechamente ligado a esto se encuentra la
acción del Siervo del Señor, quien ha «puesto su vida en expiación por el pecado»
(Is 53.10).
En Dn 1.7, shéÆm significa «nombrar» («poner nombres»). En Job 5.8, el
patriarca «encomienda» su causa a Dios, lo «pone» delante de Él. Éxodo 21.1
indica «poner» (lba; «proponer» rvr) ampliamente la Palabra de Dios delante de
su pueblo para que tengan la oportunidad de recibirla a plenitud.
«Colocar» o «poner» algo sobre el
corazón significa considerarlo (Is 47.7) o prestarle atención (1 S 21.12).
La acepción «fijar», como en el caso de
fijar algún objeto en determinado lugar, aparece en Gn 24.47: «Le puse un
pendiente en su nariz, y brazaletes en sus brazos». Asimismo, en Dt 14.1, Dios
ordena a Israel no «fijar» una rapadura sobre la frente por causa de algún
muerto. Se «fijan» también «plantas» (Is 28.25) y «cenizas» (Lv 6.10).
En Éx 4.11, el término quiere decir «hacer»:
«¿Quién ha hecho la boca del hombre? ¿O quién hace al hombre mudo o sordo … ?» (lba).
El verbo se usa dos veces; la primera indica «crear» («fijar» la naturaleza de
un objeto») y el segundo señala el estado del objeto («fijar» su funcionamiento;
cf. Gn 13.16). Está estrechamente relacionado con esto un uso del verbo con el
sentido de «establecer, designar o asignar». En Éx 21.13, Dios va a designar un
lugar en el que un homicida se puede refugiar. Ampliando un poco el sentido de
la palabra, shéÆm indica «establecer
continuidad» o «preservar»: «Y Dios me envío delante de vosotros, para
preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran
liberación» (Gn 45.7). En este caso, señala que el remanente se mantendrá con
vida. Por lo tanto, shéÆm significa «preservar».
Dar gloria y alabanza a Dios es establecerlas al proclamarlas (Jos 7.19). Las
plagas que Dios estableció sobre Faraón es también «fijar» (Éx 8.12).
Nombre
TesuÆmet indica un «depósito o una propiedad compartidos». Este nombre se encuentra una
sola vez en hebreo bíblico: «Cuando una persona pecare e hiciere prevaricación
contra Jehová, y negare a su prójimo lo encomendado o dejado en su mano [tesuÆmet]»
(Lv 6.2).
Ungir
Verbo
mashaj (jv'm;), «ungir, untar, consagrar». Este es un
verbo común, tanto en hebreo antiguo como moderno, que también se encuentra en
antiguo ugarítico. Aparece unas 70 veces en el Antiguo Testamento hebraico.
La primera vez que aparece el verbo en
el Antiguo Testamento es en Gn 31.13: «Donde tú ungiste la piedra, y donde me
hiciste un voto». Ese es un caso de ungir algún objeto o a alguna persona como
un acto de consagración. No obstante, el significado básico del término es
simplemente «untar» algún objeto con alguna sustancia. Por lo general, se trata
de aceite, pero también se «untaba» con otras sustancias como, por ejemplo,
pintura o tinte (cf. Jer 22.14). La expresión «ungid el escudo» en Is 21.5, en
el contexto en que se usa, tal vez tenga más que ver con lubricarlo que con
consagrarlo. Las «tortas sin levadura … untadas en aceite» (Éx 29.2 bj) equivale
básicamente a nuestro pan con mantequilla.
El uso más común de mashaj en el Antiguo Testamento tiene
que ver con «ungir» con el fin de apartar a alguna persona u objeto para algún
ministerio o función. Eliseo fue «ungido» para ser profeta (1 R 19.16). Más
típicamente, los reyes se «ungían» para su oficio (1 S 16.12; 1 R 1.39). Se
consagraban los recipientes que se usaban en el culto en el santuario (tabernáculo
o templo), «ungiéndolos» con aceite (Éx 29.36; 30.26; 40.9–10). Es más,
encontramos la receta para hacer el aceite de la «unción» en Éx 30.22–15.
Nombre
mashiaj (j'yvim;), «ungido». Mashiaj es importante tanto en el pensamiento del Antiguo como del
Nuevo Testamento, del cual se deriva el término messiah. Como ocurre con el verbo, mashiaj implica la unción para un oficio o función especial. Por eso
David rehusó hacerle daño a Saúl porque este era «el ungido de Jehová» (1 S
24.6). A menudo los salmos expresan los ideales mesiánicos correspondientes a la
línea davídica mediante el uso de la frase «su ungido [de Jehová]» (Sal 2.2;
18.50; 89.38, 51).
Bastante interesante resulta que a la
única persona que se le llamó «mesías» (traducido «ungido en rvr) en el Antiguo
Testamento fue a Ciro, rey pagano de Persia, a quien Dios encomendó la tarea de
restaurar a Judá a su patria después del cautiverio (Is 45.1). En este caso, la
unción fue más metafórica que literal, puesto que Ciro no estaba al tanto de su
consagración para este propósito divino.
Cristo,
el título neotestamentario, se deriva del griego Xristos (Jristos) que es el equivalente exacto del hebreo massiaj, pues también tiene el
significado básico de «untar con aceite». Por tanto, el título Cristo enfatiza la unción especial de
Jesús de Nazaret para el cumplimiento de su misión como el escogido de Dios.
V
Varón
Nombre
zakar (rk;zÉ), «varón». Hay cognados del término en
acádico, arameo y arábigo. Aparece 82 veces y por lo general en la prosa bíblica
temprana (Gn—Dt); solo se halla 5 veces en los profetas y nunca en la literatura
poética y sapiencial del Antiguo Testamento.
Zakar destaca lo «masculino» en contraste con lo «femenino»; el vocablo indica el
género de una persona nombrada. Por lo tanto, «creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». El vocablo puede referirse
tanto a un «varón adulto» como a un «niño varón» (Lv 12.7). En muchos pasajes zakar tiene un sentido colectivo, o sea
que el término en singular puede tener un sentido plural (Jue 21.11).
En algunos contextos el vocablo indica
un «animal macho»: «De todo ser viviente, de toda carne, meterás en el arca dos
de cada especie, para que sobrevivan contigo. Serán macho y hembra» (Gn 6.19 rva).
Adjetivo
zakar (rk;'zÉ), «masculino». A veces se usa zakar como adjetivo: «Cuenta todos los
primogénitos varones de los hijos de Israel de un mes arriba» (Nm 3.40). El
vocablo aparece en Jer 20.15: «Hijo varón te ha nacido, haciéndole alegrarse así
mucho».
Vengar
Verbo
naqam (µq'n:), «vengar, vengarse, castigar». Esta raíz
y sus derivados aparecen 87 veces en el Antiguo Testamento, con mayor frecuencia
en el Pentateuco, Isaías y Jeremías. Se encuentra a veces en los libros
históricos y en los Salmos. La raíz también aparece en arameo, asirio, arábigo,
etiópico y hebreo tardío.
El canto de Lamec es un desafío
desdeñoso a sus prójimos y un ataque patente a la justicia de Dios: «A un hombre
maté por haberme herido y a un joven por haberme golpeado. Si siete veces será
vengado Caín, Lamec lo será setenta veces siete» (Gn 4.23–24 rv-95).
Dios guarda para sí el derecho de
vengarse: «Mía es la venganza, yo pagaré … Porque Él vengará la sangre de sus
siervos. Él tomará venganza de sus enemigos y expiará la tierra de su pueblo» (Dt
32.35, 43 rva). Por esta razón la Ley prohibía la venganza personal: «No te
vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Yo, Jehová» (Lv 19.18). De modo que el pueblo de Dios
encomienda su caso a Él, como lo hizo David: «Juzgue Jehová juzgue entre tú y yo,
y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti» (1 S 24.12).
El Señor usa a las personas como
instrumentos de su venganza; por eso dijo a Moisés: «Lleva a cabo por completo
la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas. Entonces Moisés habló
al pueblo diciendo: Armaos algunos de vuestros hombres para la guerra e id
contra Madián, para llevar a cabo la venganza de Jehová contra Madián» (Nm
31.2–3 rva). La venganza de Dios es venganza para Israel.
La Ley declara: «Si alguien golpea con
un palo a su esclavo o esclava, y lo mata, se le hará pagar su crimen» (Éx 21.20
lvp). En Israel se encomendaba esta responsabilidad a un «vengador de la sangre»
(Dt 19.6). Tenía la responsabilidad de preservar la vida e integridad personal
de su pariente más cercano.
Cuando atacaban a un hombre por ser
siervo de Dios, tenía derecho a clamar por venganza sobre sus enemigos, como
cuando Sansón oró que Dios le diera fuerzas «para que de una vez tome venganza
de los filisteos por mis dos ojos» (Jue 16.28).
En el pacto (alianza), Dios advierte
que su venganza podría recaer sobre su propio pueblo: «Traeré sobre vosotros
espada vengadora, en vindicación del pacto» (Lv 26.25). Es en este contexto que
Isaías dice acerca de Judá: «Por tanto, dice el Señor, Jehová de los ejércitos,
el Fuerte de Israel: Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis
adversarios» (1.24).
Nombre
naqam (µq;n:), «venganza». El nombre se usa por primera
vez en la promesa de Dios a Caín: «Cualquiera que matare a Caín, siete veces
será castigado [«sufrirá venganza» lba]» (Gn 4.15).
Hay casos en que alguien clama por «venganza»
de sus enemigos, como cuando otra persona ha cometido adulterio con su mujer: «Porque
los celos son el furor del hombre, y no perdonará en el día de la venganza» (Pr
6.34).
Los profetas aluden con frecuencia a la
«venganza» de Dios de sus enemigos (Is 59.17; Miq 5.15; Nah 1.2). Su venganza
llega en un tiempo determinado: «Porque es día de venganza de Jehová, año de
retribuciones en el pleito de Sion» (Is 34.8).
Isaías reúne la «venganza» divina y la
redención en la promesa de salvación mesiánica: «El Espíritu de Jehová el Señor
está sobre mí … porque … me ha enviado a … proclamar el año de la buena voluntad
de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro» (61.1–2). Cuando Jesús anunció
que esto se cumplía en su propia persona, se detuvo antes de leer la última
frase; no obstante su sermón claramente anticipa la «venganza» que vendría sobre
Israel por rechazarle. Isaías también dijo: «Porque el día de la venganza está
en mi corazón, y el año de mis redimidos [«desquite» bj] ha llegado» (63.4).
Vino
yayin (÷yIy"), «vino». El término tiene cognados en
acádico, ugarítico, arameo, arábigo y etiópico. Se encuentra unas 141 veces en
el hebreo veterotestamentario y durante todos los períodos.
Esta es la palabra hebrea común para
uva fermentada. Por lo general, se trata del «vino», la bebida que se tomaba
como refrigerio: «También Melquisedec, rey de Salem, quien era sacerdote del
Dios Altísimo, sacó pan y vino» (Gn 14.18 lba; cf. 27.25). Aprendemos de Ez
27.18 que el «vino» se comercializaba: «Damasco comerciaba contigo por tus
muchos productos, por la abundancia de toda riqueza; con vino de Helbón y lana
blanca negociaban». Las fortalezas se abastecían de «vino» en caso de sitio (2
Cr 11.11). Proverbios recomienda que los reyes eviten el «vino» y las bebidas
fuertes; que lo ofrezcan más bien a las personas atribuladas para que bebiendo
se olviden de sus problemas (Pr 31.4–7). El «vino» se usaba para pasarlo bien,
para sentirse bien sin intoxicarse (2 S 13.28).
Segundo, el «vino» se usaba para
celebrar en la presencia del Señor. Israel debía congregarse una vez al año en
Jerusalén. El dinero que ganaban de la venta del diezmo de toda su cosecha se
podía gastar en «todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra,
o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios,
y te alegrarás tú y tu familia» (Dt 14.26). El «vino» se usaba, por orden divino,
como parte del culto (Éx 29.40). Era, por tanto, uno de los artículos que el
templo almacenaba y vendía a los peregrinos para sus ofrendas (1 Cr 9.29). Los
paganos también usaban «vino» en sus cultos, pero «veneno de serpientes es su
vino, y ponzoña cruel de áspides» (Dt 32.33).
Sin duda, yayin se refiere a una bebida intoxicante. Esto queda bien claro
desde la primera vez que se usa el vocablo: «Después comenzó Noé a labrar la
tierra, y plantó una viña; y bebió del vino, y se embriagó» (Gn 9.20–21). En Os
4.11 el término se usa como sinónimo de téÆroÆsh,
«vino nuevo», y es evidente que ambas formas pueden intoxicar. TéÆroÆsh se distingue de yayin en que el primero indica un vino
reciente que no está del todo fermentado, mientras que yayin denota «vino» en general. El primer uso de téÆroÆsh se encuentra en Gn 27.28, donde
la bendición de Jacob incluye una abundancia de vino nuevo. En 1 S 1.15 yayin tiene como término paralelo a shekar, «bebida fuerte». En los primeros
tiempos shekar incluía vino (Nm 28.7),
pero también denotaba una bebida fuerte hecha de cualquier fruto o grano (Nm
6.3). A las personas que estaban dedicadas a una tarea muy santa se les prohibía
beber «vino», entre ellos los nazareos (Nm 6.3), la madre de Sansón (Jue 13.4) y
los sacerdotes cuando se acercaban a Dios (Lv 10.9).
En Gn 9.24 yayin quiere decir «borrachera»: «Y despertó Noé de su embriaguez».
Virgen, Doncella
>almah (hm;l]['), «virgen; doncella». Este nombre tiene
un cognado ugarítico (en género masculino); también aparece en arameo, siríaco y
arábigo. El género femenino del término se encuentra 9 veces; los únicos dos
casos masculinos (>elem) se encuentran
en 1 Samuel. Esto sugiere el poco uso que tenía el vocablo, quizás porque había
otras palabras con el mismo significado.
>Almah puede significar «virgen». Esto queda muy claro en Cnt 6.8 en donde se enumeran
todas las mujeres de la corte: «Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas,
y las doncellas [>almah] sin número». El
término describe a todas las mujeres casaderas, es decir, las que no eran ni
esposas (reinas) ni concubinas. Todas las «vírgenes» amaban al rey y soñaban que
él las escogiera, como la sulamita (1.3–4). En Gn 24.43 la palabra describe a
Rebeca, de quien se dice en Gn 24.16 que era una «doncella» que no había tenido
relaciones con ningún hombre. Salomón escribe que el proceso de enamorar a una
mujer era un misterio para él (Pr 30.19). Sin duda que en esos tiempos los
hombres enamoraban a mujeres de «virginidad» comprobada. En resumen, hay varios
contextos en que la virginidad de una joven se expresa con claridad.
Así que >almah se usaba más con el sentido de «virgen» que de «doncella», aunque siempre con
referencia a una mujer que no ha concebido hijos. Esto hace que >almah sea ideal para lo que quiere
comunicar Is 7.14. Otro término, betuÆllah,
enfatiza más la capacidad de procrear que virginidad (aunque puede usarse en
ambos sentidos). El lector de Is 7.14 en los días anteriores al nacimiento de
Jesús leería que una «doncella virgen [>alma]»
concebiría un hijo. Este fue un posible, pero irregular, uso de la palabra
debido a que la misma puede también significar mujer soltera. El niño que
inmediatamente se ve es el hijo del profeta y su esposa (cf. Is 8.3) y que sirve
como señal a Acaz de que Dios derrotaría a sus enemigos. En otras palabras, el
lector de estos tiempos sin duda se sintió muy incómodo con el uso del término
porque la acepción primaria es «virgen» y no «doncella». De ahí que la clara
traducción del griego en Mt 1.23, según la cual esta palabra significa «virgen»,
satisface por completo su implicación. Por lo tanto, Isaías no se desconcierta
cuando su esposa concibe un hijo suyo, pues >almah lo permite. Tampoco hay confusión alguna en la comprensión de la palabra en
Mateo.
betuÆlah (hl;WtB]), «doncella, virgen». Hay cognados de
este vocablo en ugarítico y acádico. Las 50 veces que aparece están distribuidas
en toda la literatura del Antiguo Testamento.
El término puede significar «virgen»,
como es claro en Dt 22.17–21, donde se dice que si un hombre reclama que «no
encontré virgen a tu hija» (nbe), el padre debe responder: «Pero aquí están las
evidencias de la virginidad [betuÆléÆm]
de mi hija» (rva). El texto continúa: «Y extenderán la sábana delante de los
ancianos de la ciudad». El marido debía castigarse y multarse (y el dinero
entregado al padre), «porque difamó públicamente a una virgen de Israel» (vv.
18–19 lba). Si se determinaba que no era «virgen», debía ser apedreada «porque
hizo vileza en Israel fornicando en la casa de su padre» (v. 21 rva).
En varios pasajes el vocablo solo
significa una joven o «doncella»; identifica su edad y que es soltera. Los
profetas que denunciaron a Israel por prostituirse también la llamaron la betuÆlah de Yahveh, o la betuÆlah (hija) de Israel (Jer
13.14, 21). A otras naciones también se les denomina betuÆlah: Sidón (Is 23.12); Babilonia (Is 47.1); Egipto
(Jer 46.11). ¡Obviamente no tiene nada que ver con su pureza! En la literatura
de Ugarit el vocablo se usa en relación a la diosa Anat, hermana de Baal, quien
no tenía nada de virgen. Lo que la caracterizaba (y metafóricamente a las
naciones mencionadas, incluyendo a Israel) es que era una joven vigorosa y
también soltera. Por esta razón, betuÆlah a menudo se usa en paralelismo con el hebreo bajuÆr,
que significa un joven (varón), no necesariamente virgen, que goza de la
plenitud de sus poderes (Dt 32.25). En contextos como estos, a lo que se alude
es virilidad y no virginidad. Debido a esta ambigüedad, Moisés, en la primera
vez que se usa el término, describe a Rebeca como una joven (na>arah),
hermosa, «virgen [betuÆlah],
a quien ningún hombre había conocido» (Gn 24.16:primera vez que aparece).
Tanto las formas masculinas como
femeninas aparecen en Is 23.4: «Nunca estuve con dolores de parto ni di a luz,
ni crié jóvenes [betuÆléÆm],
ni hice crecer vírgenes [betuÆloÆt]».
Hay un uso semejante en Lm 1.18: «Mis vírgenes y mis jóvenes han ido en
cautividad» (cf. Lm 2.21; Zac 9.17).
La edición completa de bdb (léxico
hebraico en inglés) observa que el vocablo aisirio batultu (masc. batulu) es un
cognado de betuÆlah. Este
término asirio significa «doncella» o «joven».
La mayoría de los estudiosos concuerdan
en que betuÆlah y batultu están relacionados fonéticamente;
pero no concuerdan si son verdaderos cognados. Varios contextos
veterotestamentarios indican que betuÆlah debe traducirse como «doncella» más a menudo que «virgen». Si es así, la
etimología de bdb probablemente sea correcta.
Visión
Nombre
jazoÆn (÷/zj;), «visión». Ninguno de los 34 casos de
esta palabra aparece antes de 1 Samuel; la gran mayoría se encuentra en los
libros proféticos.
JazoÆn casi siempre indica un medio de revelación. Primero tiene que ver con el propio
medio, una «visión» profética mediante la cual se comunican mensajes divinos:
«Los días se prolongan, y toda visión se desvanece» (Ez 12.22 rva). Segundo, el
vocablo indica el mensaje que se recibe a través de la «visión» profética: «Donde
no hay visión, el pueblo se desenfrena» (Pr 29.18 rva). Por último, jazón puede significar todo el mensaje
del profeta tal como está escrito: «Visión de Isaías hijo de Amoz» (Is 1.1). De
esta manera el vocablo que está inseparablemente relacionado con el contenido de
una comunicación divina concentra su atención en el medio por el cual se recibe
el mensaje: «La palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión
con frecuencia» (1 S 3.1: primera vez que aparece el vocablo). En Is 29.7 el
término significa un sueño que no es profético.
jizzayoÆn (÷/yZÉji), «visión». Este nombre, que aparece 9
veces, tiene que ver con una «visión» profética en Jl 2.28: «Y después de esto
derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras
hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones». En
2 S 7.17 jizzayoÆn se refiere a la
comunicación divina (primer caso bíblico) y en Job 4.13 a un sueño ordinario.
Verbo
jazah (hzÉj;), «ver, seleccionar para uso propio». El
verbo se encuentra 54 veces y durante todos los períodos del hebreo bíblico. Se
constatan cognados del término en ugarítico, arameo y arábigo. Significa «ver» o
«percibir» en general (Pr 22.29), «ver» en visión profética (Nm 24.4) y «seleccionar»
(Éx 18.21 primer ejemplo del verbo).
En Lm 2.14 (rva) la palabra significa «ver»
en el contexto de visión profética: «Tus profetas vieron para ti visiones vanas
y sin valor».
Voto
Verbo
nadar (rd'n:), «hacer voto». Este verbo aparece en
varias lenguas semíticas (ugarítico, fenicio y arameo). En las inscripciones
fenicio-púnicas el verbo y su nombre derivado a menudo se refieren a sacrificios
humanos y en un sentido más general significan una ofrenda. Nadar aparece 31 veces en el Antiguo
Testamento.
El verbo está distribuido por toda la
literatura veterotestamentaria (narrativa, jurídica, poética, aunque
relativamente poco en los libros proféticos). Más allá del Antiguo Testamento el
verbo se encuentra en los rollos del Mar Muerto, en hebreo rabínico, medieval y
moderno. Con todo, su uso declinó después del cautiverio.
Tanto mujeres como hombres podían «hacer
votos». Números 30 tiene que ver con las leyes que rigen los votos; cf. Nm 30.2:
«Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con
obligación»; y Nm 30.3: «Mas la mujer, cuando hiciere voto a Jehová, y se ligare
con obligación».
La Septuaginta usa eujomai («desear»).
Nombre
neder (rd,n<,), «voto; ofrendas votivas». Este nombre
aparece 60 veces en hebreo bíblico y a menudo (19 veces) se usa junto con el
verbo: «Ni los votos [neder] que
prometieres [nadar]» (Dt 12.17). Las
versiones modernas traducen este conjunto de diversas formas: transforman el
nombre con el verbo en una expresión idiomática: «Nada de lo que hayan prometido
al Señor» (lvp); adoptan un uso técnico destacando el nombre: «Ninguna de tus
ofrendas votivas» (bj) o bien traducen ambos términos como nombres: «los votos,
las ofrendas» (nbe).
El voto tiene dos formas básicas:
incondicional y condicional. El «voto» incondicional es un «juramento» mediante
el cual una persona se compromete sin esperar recompensa: «Pagaré mis votos a
Jehová delante de todo su pueblo» (Sal 116.14). Quien así se compromete está
obligado a cumplir. Una vez pronunciada, la palabra votiva tiene la misma fuerza
de un juramento que, en la mayoría de los casos, no puede violarse: «Cuando
alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación,
no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca» (Nm
30.2). El «voto» condicional generalmente contiene una cláusula previa
detallando las condiciones necesarias para el cumplimiento del voto: «E hizo
Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que
voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a
casa de mi padre, Jehová será mi Dios … y de todo lo que me dieres, el diezmo
apartaré para ti» (Gn 28.20–22).
Los votos, por lo general, se hacían en
situaciones muy serias. Jacob necesitaba la seguridad de la presencia del Señor
antes de partir para Padan-aram (Gn 28.20–22). Jefté hizo un «voto» precipitado
antes de salir para la batalla (Jue 11.30; cf. Nm 21.1–3); cuando Ana hizo su «voto»,
deseaba un niño de todo corazón (1 S 1.11). Por más que los «votos»
condicionados se hacen a menudo por desesperación, esto no altera el carácter
obligatorio del mismo. Eclesiastés amplía la enseñanza veterotestamentaria sobre
el «voto»: «Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo … Cumple lo que
prometes. Mejor es que no prometas, a que prometas y no cumplas … ni digas
delante del mensajero que fue un error» (5.4–6 rva). Primero, un «voto» siempre
es para Dios. Aun los gentiles hacían «votos» (Jn 1.16). Segundo, el «voto» es
voluntario y está abierto a cualquiera. En el Antiguo Testamento el «voto» no es
patrimonio de personas piadosas ni es un requisito religioso. Tercero, una vez
hecho el «voto» debe cumplirse. Un «voto» no se puede anular. Con todo, el
Antiguo Testamento ofrecía la alternativa de «redimir» el «voto»; pagando el
equivalente de su valor en plata, se podían redimir una persona, un campo o una
casa dedicados por «voto» al Señor (Lv 27.1–25).
Esta práctica decayó en los tiempos de
Jesús. El Talmud, por tanto, desaprueba el «voto» y llama a «pecadores» a
quienes lo hacen.
Neder significa también una clase de ofrenda: «Allá llevaréis vuestros holocaustos,
vuestros sacrificios, vuestros diezmos, la ofrenda alzada de vuestras manos,
vuestras ofrendas votivas, vuestras ofrendas voluntarias» (Dt 12.6 rva). En
particular el vocablo indica algún tipo de ofrenda por la paz u «ofrenda votiva»
(Esd 7.16). Era también una especie de ofrenda de gratitud: «He aquí sobre los
montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz. Celebra, oh
Judá, tus fiestas, cumple tus votos» (Nah 1.15). En estos casos aun los gentiles
expresaban su gratitud a Dios probablemente con una ofrenda que prometieron a
condición del cumplimiento de una plegaria (cf. Nm 21.1–3). Tales ofrendas
podían también ser expresiones de celo hacia las cosas de Dios (Sal 22.25). A
Dios se le podía ofrendar todo lo que no le fuera abominable (Lv 27.9ss; Dt
23.18), incluyendo el servicio propio (Lv 27.2). Mientras que los paganos
pensaban en términos de alimentar o cuidar a sus dioses, Dios rechaza esta
intención en el cumplimiento de los «votos» dirigidos a Él (Sal 50.9–13). En el
paganismo el dios recompensa al cultuante por razón de su ofrenda y en
proporción a su tamaño. Era una relación contractual que obligaba al dios a
cancelar su deuda con el cultuante. En Israel nunca existió una relación como
esta.
Las expresiones extraordinarias y
concretas de Israel de amor hacia Dios demuestran que con Moisés el amor era más
que puro legalismo (Dt 6.4); era devoción espiritual. El Mesías de Dios se
compromete a ofrecerse a sí mismo en sacrificio por el pecado (Sal 22.25; cf. Lv
27.2ss). Este es el único sacrificio que Dios acepta de manera absoluta y sin
condiciones. A la luz de esta realidad, todo ser humano tiene la obligación de
cumplir su «voto» delante de Dios: «A ti, oh Dios de Sion, te pertenece la
alabanza. A ti se deben cumplir los votos. A ti acude todo mortal» (Sal 65.1–2
nvi).
La Septuaginta usa euje («oración; juramento; voto»).
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