|
|
|
�QUI�N MAT� AL SE�OR JESUCRISTO? |
"�Qui�n mat� al Se�or Jesucristo?", Preguntaba la maestra en la clase de se�oras en la peque�a Misi�n Bautista Rosillo, en San Antonio, Texas.
Fueron tan distintas las respuestas como el n�mero de personas presentes: "Barrab�s, porque Cristo muri� en su lugar", contest� una. "Pilato", contest� otra. "Los soldados romanos." "El Sanedr�n", segu�an las respuestas.
"�No!", Respondi� la maestra y, se�alando a mi madre, que hab�a quedado viuda a consecuencia de las balas de un asesino, le dijo: "�T� mataste a Jes�s!"
Me madre fue sorprendida por la declaraci�n, "�T� mataste a Jes�s!" Vino como un rel�mpago a su memoria la tragedia de la muerte inesperada de mi padre y se colocaba en la posici�n de un asesino. Ech�ndose a llorar pensaba: "Yo mat� a Jes�s."
Esto era cierto, pero a�n Cristo la amaba. Por ella hab�a muerto. Pero ese d�a, el 26 de mayo de 1938, Elisa Alem�n viuda de Hern�ndez, con ternura de coraz�n invit� a Jesucristo a entrar en su vida. Esta era la decisi�n que cambiar�a su vida y la llevar�a a trav�s de cuarenta a�os a una vida victoriosa en Cristo; y todo porque una maestra le dijo: "T� mataste a Jes�s."
Realmente, yo tambi�n mat� a Jes�s, y t� y todos matamos a Jes�s.
Rudy Hern�ndez
LA
DESESPERACI�N DEL PECADOR
|
El artista Washington Alson gast� m�s de doce a�os intentando pintar la escena de la fiesta de Belsasar, y despu�s dej� el trabajo sin terminar. Se dice que la dificultad principal que el genio del artista no pudo vencer, fue la desesperaci�n del rey condenado. Muy bien pudo ser as�, porque la desesperaci�n de un esp�ritu perdido, que repentinamente estaba cara a cara con el juicio retributivo de Dios escrito por una mano misteriosa de otro mundo. �Cu�l artista puede retratar esto en la expresi�n de un rostro humano?
SE
DICE DE LA SERPIENTE
|
Que
su mordedura no es tan mala si hace poco que ha bebido, porque antes de beber se
vac�a de su veneno.
Ser�a bueno que arroj�semos toda nuestra malicia antes de elevar nuestras oraciones a Dios, para que �l pueda contestarlas, que en ocasiones �l no puede hacerlo porque el pecado limita su bondad, quiz� este pecado sea el enfado contra alguien a quien no hemos todav�a perdonado.
ALUSIONES
DEMASIADO PERSONALES
|
El editor de un peri�dico semanario necesitaba material para llenar unas columnas y, como no ten�a otro por el momento, mand� que sin comentario alguno insertaran el Dec�logo. Tres d�as despu�s el editor recibi� una carta de uno de los lectores de dicho seminario, y en ella dec�a: �Favor de cancelar mi subscripci�n porque su editorial es demasiado personal en contra m�a�.
CONFESION
|
Pequ�,
Se�or, y debo revelarte
Con amargura de alma, mi osad�a,
Me abruma mi pecado noche y d�a,
Y pruebas de pesar quisiera darte.
Ninguna
excusa puedo presentarte
Pues por dem�s tu Ley yo conoc�a,
Y en lo �ntimo del alma bien sab�a
Que mi pecar habr�a de enojarte.
M�s,
�oh, Se�or! Mi natural humano
A veces, por el mal, ganado advierto:
Y al esp�ritu vence la materia.
Que
siempre, Padre, sobre m� tu mano,
Al conducirme por camino cierto,
Mu�streme del pecado la miseria.
EL
CAMELLO QUE ENTRO Y NO QUISO SALIR
|
Se
dice que donde se deja entrar el pecado como suplicante, se queda como tirano.
Una
leyenda �rabe dice que cierto molinero un d�a fue sorprendido por un camello
que meti� la cabeza por la puerta de la tienda en que estaba durmiendo, y que
le dijo: �Afuera hace mucho fr�o, perm�teme meter tan s�lo las narices�. El �rabe le dio permiso de hacerlo as�; pero pronto hab�a
metido todo el cuerpo, lo cual no era muy agradable al molinero, quien comenz�
a quejarse diciendo que el cuarto era muy chico para los dos. Entonces el camello respondi� �Si t� est�s inc�modo
puedes salirte; yo, por mi parte, voy a quedarme donde estoy�.
Hay pecados, que a manera de ese camello, s�lo quieren un lugarcito en el coraz�n humano, y cuando se les da, se meten y ocupan todo el coraz�n, despu�s no quieren salir y dicen: �Aqu� nos quedamos, suceda lo que suceda; no saldremos para nada�.
NO
PODEMOS ESCAPAR DE DIOS
|
El
eminente predicador Enrique Ward Beecher dijo que hay �ciertas dificultades
con Dios que nos arrastran; y cesar�an si nos pusi�ramos en pie y fu�ramos a
donde Dios quiere que vayamos�. A menudo sucede que un hombre que ha cometido
un crimen sube en un tren y viaja r�pidamente
para otra parte; pero a pesar de la rapidez con que se aleja del lugar donde
cometi� el crimen, hay algo que camina m�s r�pidamente, es a saber, el
mensaje telegr�fico o el de radio, de manera que cuando llega a su destino, es
aprehendido instant�neamente por los oficiales que le han estado esperando
largo tiempo. As� Dios con
frecuencia sorprende a los pecadores que en vano han tratado de escapar de su
conocimiento y retribuci�n.
Hubo cierto hombre que mat� brutalmente a un reci�n casado en la ocasi�n de su matrimonio, habiendo obtenido admisi�n hip�critamente a las festividades de las bodas. El asesino mont� a caballo en la obscuridad de la noche y huy� precipitadamente por los bosques y sendas torcidas. Cuando sali� el sol al siguiente d�a, descubri� que estaba saliendo de un matorral que estaba en frente del mismo castillo del cual hab�a huido, y que inconscientemente hab�a dado una vuelta grande por sendas tortuosas. Se horroriz�: fue descubierto y sentenciado a muerte. Igualmente nos encontraremos cuando pase la noche, siempre en presencia de nuestro pecado y de nuestro Juez, sin valer que hayamos huido muy lejos y muy precipitadamente.
LO
QUE CUESTA EL PECADO
|
Dice Henry Ward Beecher: �Hab�a un hombre en el pueblo en que nac�, que robaba toda la le�a que utilizaba. En las noches fr�as, sal�a de su casa y se llevaba la le�a de distintas le�eras de las casas vecinas. Se hizo un c�lculo, y se demostr� que el hombre perd�a m�s tiempo y trabajaba m�s para conseguir de este modo su combustible, que lo que hubiese hecho si hubiera trabajado honestamente. Y este ladr�n es una figura de miles de hombres que trabajan mucho m�s para agradar a Satan�s que lo que har�an para agradar a Dios.
UNA
MONTA�A DE PECADOS DESTRUIDA
|
El
misionero se estaba esforzando en hacer comprender a los m�seros nativos de
aquella aldea africana, c�mo el poder de la sangre de Jes�s basta para
limpiarnos de todos nuestros pecados, sin adici�n ninguna de dogmas ni
ceremonialismos.
Al
fin, una mujer se acerc� a �l, y con pena le confes�: �Se�or; pero mis
pecados son tantos como las arenas en la ribera del mar.
�Puede Jes�s borrarlos todos?�.
El
misionero contest�:
�Id
pues, a la orilla del agua, y levantad un mont�n de granitos de arena. Luego sentaos cerca y esperad.
Ver�is lo que sucede�.
La
mujer qued� pensando un instante y por fin exclam�: