DANIEL. Significado:(en hebreo) "Dios es mi juez".
Daniel, el cuarto de los llamados «profetas mayores», es el principal personaje bíblico que lleva este nombre, autor del libro que lleva su nombre, muy estimado entre los judíos de todos los tiempos (MT. 24:15), descendiente de la familia real de David (Dn. 1:3), que fue llevado cautivo a Babilonia cuando era jovencito, en el año tercero del reinado de Joacim de Judá (600 a.C.).
Fue escogido con tres compañeros suyos —Ananías, Misael y Asarías— para residir en la corte de Nabucodonosor, en donde halló favor como José en Egipto, e hizo grandes progresos en las ciencias de los caldeos, así como en la lengua sagrada; pero rehusó contaminarse comiendo de las provisiones de la mesa del rey, que eran a menudo ceremonialmente impuras para un judío, o estaban manchadas por haber estado en contacto con el culto idólatra.
Al fin de unos tres años de educación, Daniel y sus compañeros aventajaron a todos los demás y recibieron buenos empleos en el servicio real. Allí Daniel desplegó en breve sus dones proféticos, interpretando un sueño de Nabucodonosor, por quien fue hecho gobernador de Babilonia y jefe de la clase instruida y sacerdotal. Parece haber estado ausente, quizás en alguna embajada extranjera, cuando sus tres compañeros fueron arrojados en el horno ardiendo.
Algún tiempo después interpretó otro sueño de Nabucodonosor, y posteriormente la célebre visión de Belsasar, uno de cuyos últimos actos fue promover a Daniel a un empleo mucho más elevado que el que previamente había tenido durante su reinado (Dn. 5:29; 8:27).
Después de la captura de Babilonia por los medos y persas, Darío el Medo, que «tomó el reino» después de Belsasar, le hizo «primer presidente» de unos 120 príncipes. La envidia hizo que formaran el complot para que se le echara a la cueva de los leones, acto que les atrajo su propia destrucción (Dn. 6).
Daniel continuó en todos sus altos oficios, y gozó del favor de Ciro hasta su muerte. Durante ese periodo trabajó fervorosamente, con ayunos y oraciones, así como tomando medidas oportunas para asegurar la vuelta de los judíos a su propia tierra, habiendo llegado para ello el tiempo prometido (Dn. 9). Vivió lo bastante para ver el decreto expedido a ese respecto y que muchos de su pueblo volvieran a Jerusalén; pero no se sabe si alguna vez volvió a visitar esa ciudad, por tener entonces (356 a.C.) más de 80 años de edad. En el tercer año de Ciro tuvo una serie de visiones que le pusieron de manifiesto cuál tenía que ser el Estado de los judíos hasta la venida del Redentor prometido; y por las cuales le vemos esperando tranquilamente el término pacifico de una vida bien empleada.
Daniel siguió siempre la voluntad de Dios. Tanto su juventud como su vejez fueron igualmente consagradas a Dios. Conservó su honradez en circunstancias difíciles, y en medio de la fascinación de una corte oriental, fue puro y justo. Confesó el nombre de Dios ante los príncipes idólatras, y estuvo a punto de ser mártir, de no haber sido por el milagro que lo preservó de la muerte.
DÁMARIS
Mujer ateniense que se convirtió al cristianismo por la predicación de Pablo en el Areópago, juntamente con otras personas, entre las cuales también estaba Dionisio el areopagita (Hch. 17:34).
DAN
Quinto hijo de Jacob, padre de la tribu del mismo nombre.
DARÍO (Etimología incierta).
(a) DARÍO DE MEDIA.
La identificación de este personaje ha sido durante mucho tiempo un enigma. Una de las personas propuestas era Gobryas, rechazada debido a una serie de dificultades en cuanto a su filiación personal. Sin embargo, una rigurosa investigación reciente ha desvelado que Gobryas era un personaje inexistente, fruto de la fusión de dos personas distintas, Ugbaru y Gubaru, debido a una desafortunada traducción de las Crónicas de Nabónido. Ugbaru aparece en tabletas cuneiformes del siglo VI a.C. Este error en la traducción de la Crónica de Nabónido llevó a muchos eruditos a negar la historicidad de Darío de Media. Una vez establecida la verdadera identidad de Gubaru, éste coincide en todas sus circunstancias personales con las relatadas en Daniel de Darío de Media (ver Whitcomb, J. C.: «Darius the Mede», Presbyterian and Reformed, Nutley, New Jersey, 1977).
(b) DARÍO HISTASPES.
Rey de Persia (521-485 a.C.). Confirmó el decreto de Ciro en favor de los judíos y de la construcción del templo (Esd. 4:5, 24; 5:5-7; 6:1-15; Hag. 1:1, 15; 2:10; Zac. 1:1, 7; 7:1). A este rey se atribuye la consolidación del imperio de Persia, y su división en satrapías.
(c) DARÍO DE PERSIA.
O Darío II (424-405 a.C.). Sólo es mencionado en Neh. 12:22.
DALILA
= «coqueta, veleidosa».
Filistea del valle de Sorec, que entregó a Sansón a los filisteos después de haber llegado a conocer el secreto de su fuerza.
DAVID. El más grande y el más amado rey de Israel. Nació en el 1040 a.C. (2 S. 5:4). Se le menciona unas 800 veces en el Antiguo Testamento y 60 en el Nuevo Testamento; y con Salomón, uno de sus monarcas más famosos. Era el menor de ocho hermanos y tenía dones musicales y poéticos notables, que cultivaba mientras pastoreaba ovejas. Ya ungido (probablemente en secreto) como nuevo rey, por Samuel, entró al servicio del rey Saúl. Este, celoso de la fama que David iba adquiriendo, especialmente tras matar a Goliat, trató de quitarle la vida (1 S. 18:13 - 19:1); ante las amenazas que le presentaba Saúl, el joven David se convirtió en proscrito (1 S. 19:11; 21:10); huyó a Gat, ciudad filistea (1 S. 21), y luego se refugió en la apartada cueva de Adulam (1 S. 22). Abiatar y un buen grupo de descontentos Se le unieron (1 S. 22:2). Saúl salió a perseguirlo (1 S. 23; Sal. 7:4; 1 S. 26); cuando Saúl murió en el monte Gilboa en 1010 a.C., lo coronaron rey de Judá (2 S. 2:4). En 1003 a.C. Israel entero lo aclamó rey (2 S. 5:1-5; 1 Cr. 11:10; 12:38). Tras derrotar a los filisteos (2 S. 5:18-25) capturó Jerusalén, baluarte de los jebusitas, y la convirtió en capital religiosa cuando llevó a ella el arca (2 S. 6; 1 Cr. 13; 15:1-3); organizó la adoración (1 Cr. 15, 16); amplió el reino por los cuatro costados (2 S. 8; 10; 12); dio gran impulso al culto de Jehová y ensanchó su reino por sucesivas y extensas conquistas. Durante la guerra con los amonitas, cometió su gran pecado, por el cual recibió castigo y del que se arrepintió sinceramente. Conforme a las costumbres de su tiempo, tuvo varias esposas, una de ellas hija de Saúl.
La figura de David, como hombre y como rey, tiene un relieve tal en la historia del pueblo de Israel que no deja de ser el tipo del Mesías, que debe nacer de su raza. A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey; así, el trono de Israel es el trono de David (Is. 9:6; Lc. 1:32); sus victorias anuncian las del Mesías, lleno del Espíritu, que reposa sobre el hijo de Isaí (1 S. 16:13; Is. 11:1-9); reportará sobre la injusticia. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas hechas a David (Hch. 13:32-37) y dará a la historia su sentido (Ap. 5:5).
David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1 S. 16:1-13), es constantemente el «bendito» de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1 S. 16:18), en su lucha con Goliat (1 S. 17:45 y ss.), en sus guerras al servicio de Saúl (1 S. 18:14 y ss.) y en las que él mismo emprenderá como rey liberador de Israel: «Por doquiera que se iba le daba Dios la victoria» (2 S. 8:14).
David, encargado como Moisés de ser el pastor de Israel (2 S. 5:2), hereda las promesas hechas a los patriarcas, y en primer lugar la de poseer la tierra de Canaán. Es el artífice de esa obra de posesión por la lucha contra los filisteos inaugurada en tiempos de Saúl y proseguida durante su propio reinado (2 S. 5:17-25). La conquista decisiva es coronada por la toma de Jerusalén (2 S. 5:6-10), a la que se llamará «Ciudad de David». Se convierte en la capital de todo Israel, en torno a la cual se efectúa la unidad de las tribus, que con el arca introducida por David ha hecho de Jerusalén una ciudad santa (2 S. 6:1-9), y David desempeña en ella las funciones sacerdotales (2 5. 6:17). Así, «David y toda la casa de Israel» no forman sino un solo pueblo en torno a Dios
David responde al llamado de Dios con una profunda adhesión a la causa del pueblo de Dios. Su religión se caracteriza por el imperativo de servir a la obra de Dios; así se guarda de atentar contra la vida de Saúl, incluso cuando tiene ocasión de deshacerse de su perseguidor (1 S. 24:6). Perfectamente abandonado a la voluntad de Dios, está pronto a aceptarlo todo de El (2 S. 11:25 y ss.) y espera que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que tiene que sufrir (1 S. 16:17). Es el humilde servidor, confuso por los privilegios que Dios le otorga (2 S. 7:18-29), y por esto es el modelo de los «pobres» que, imitando su abandono a Dios y su esperanza llena de mansedumbre, prolongan su oración en las alabanzas y en las súplicas del Salterio.
Al «cantor de los cánticos de Israel» (2 S. 23:1) debemos hoy los cristianos numerosos salmos, el plano del Templo (1 Cr. 22:2-8), así como la organización del culto en el Templo de Jerusalén (1 Cr. cf r. 23-25) y numerosos cantos (Neh. 12:24-36), e incluso ya en tiempos de Amós se decía que la invención de los instrumentos músicos muchos de ellos venían del mismo David (Am. 6:5).
La gloria de David no debe hacer olvidar al hombre: tuvo sus debilidades y sus grandezas; rudo guerrero, astuto también (1 S. 27:10 y ss.); cometió graves faltas y se mostró débil con sus hijos ya antes de su vejez. Su moral es todavía burda: durante su permanencia con los filisteos se comporta como jefe de salteadores contra los enemigos de Israel (1 S. 27:8-12), y es lo bastante listo para que al cabo de más de un año Aquis no se dé cuenta de ello (1 S. 29:6 y ss.). No se pueden pasar en silencio sus despiadadas reacciones después del incendio de Siclag (1 S. 30:17) y en su lucha contra Moab (2 S. 8:2). Finalmente muestra su condición humana conservando su odio contra todos los que han hecho daño, y confía sus venganzas póstumas a Salomón. Pero 1qué magnanimidad revela en su fiel amistad con Jonatán, en el respeto que muestra siempre a Saúl, así como también al arca (2 S. 15:24-29), a la vida de sus soldados (2 S. 23:13-17), y con su generosidad (1 S. 30:21-25) y perdón (2 S. 19:16-24).
Por lo demás, se muestra político avisado, que se granjea la simpatía en la corte de Saúl y cerca de los ancianos de Judá (1 S. 30: 26-31), desaprobando el asesinato de Avenir (2 S. 3:37, 38) y vengando el homicidio de Cibal (2 S. 4:9-12). David es uno de los grandes hombres del Antiguo Testamento, uno de los precursores de Cristo, uno de los tipos de Jesús el Mesías.
El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David. El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia divina— y el descendiente de David.
Así se comprende la importancia del problema de la sucesión al trono davídico y las intrigas a que da lugar (2 S. 9:20; 1 R. 1). Y todavía se comprende mejor el puesto que ocupa David en los oráculos proféticos (Os. 3:5; Jer. 30:9; Ez. 34:23 y ss.). Para ellos evocar a David es afirmar el amor celoso de Dios a su pueblo (Is. 9:6) y la fidelidad a su alianza (Jer. 32:20 y ss.). De esta fidelidad no se puede dudar aun en lo más duro de la prueba (Sal. 89:4 y ss.; 20-46).
Cuando Cristo vino a la tierra se cumplen los tiempos; se llama, pues, a Cristo «Hijo de David» (Mt. 1:1); este título mesiánico no había sido nunca rehusado por Jesús, pero no expresaba plenamente el imperio de su persona; por eso Jesús, viniendo a cumplir las promesas hechas a David, proclama que es más grande que él: es su Señor (Mt. 22:42-45). No es solamente «el siervo de David», pastor del pueblo de Dios (Ez. 34:23 y ss.), sino que es Dios mismo que viene a apacentar y a salvar a su pueblo (Ez. 34:15 y ss.); Jesús es humanamente el «retoño de la raza de David», cuyo retorno aguardan e invocan el espíritu y la esposa (Ap. 22:16 y ss.).
DATÁN
Uno de los jefes de la rebelión de Coré (véase), de la tribu de Rubén, cuya supremacía pretendía (Nm. 16:1-35).
DEBIR
(a) Rey amorreo de Eglób, muerto por Josué (Jos. 10:3, 23, 26).
(b) Ciudad en las tierras altas de Judá cerca de Hebrón. Fue una de las ciudades de los amorreos que fue destruida y muerto su rey. Se menciona a Josué como caudillo de Israel tomándola, pero en Jueces (Jue. 1:11-15) vemos que realmente la tomó Otoniel, a quien Caleb dio su hija Acsa como esposa por haber tomado la ciudad. Finalmente, la ciudad fue dada a los sacerdotes. Su nombre anterior había sido Quiriat-sefer o Quiriat-sana (Jos. 10:38, 39; 11:21; 12:13; 15:7, 15, 49; 21:15; Jue. 1:11, 12; 1 Cr. 6:58). Identificada con edh Dhaheriyeh, 31° 25' N, 34° 58" E.
(c) Lugar en el límite septentrional de Judá, cerca del valle de Acor (Jos. 15:7). Algunos lo identifican con Thoghret ed Debr, 31° 49' N, 35° 21' E.
(d) Lugar en el límite de Gad, mencionado después de Mahanaim (Jos. 13:26). Puede también leerse como Lidebir, y puede ser la misma que Lodebar (2 S. 9:4, véase LODEBAR). Se ha sugerido su identificación con Ibdar, al sur del río Yarmuk.
Débora, la Nodriza
"Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Betel, debajo de una encina, la cual fue llamada Alon-bacut" (Génesis 35:8).
Léase: Genesis 35:1-15
Las Escrituras nos hablan de dos Déboras. Una, en tiempo de Barac, gobernó como profetisa a Israel. La otra, fue el ama de leche de la familia patriarcal de Jacob. Merece nuestra atención el que esta ama de Rebeca sea mencionada en las Escrituras.
Tenemos delante la Santa Revelación de Dios. La dio a su Iglesia para vencer a Satán. En este libro se nos habla del destino de cielos y tierra, y con todo, cabe en el relato el referirse a un ama de leche en tiempos patriarcales. Esto es lo que leemos en el versículo que hemos leído. Allon Bacut significa "encina del lloro".
Débora sería una sierva de muchos años en la casa. Cuando murió, Jacob había ya regresado con su esposa y los suyos de Padan-Arán a Canaán. Había plantado sus tiendas en Betel. Sus hijos eran ya hombres. El tendría unos sesenta y pico de años para este tiempo, y Débora sería una anciana de ochenta a noventa.
Obsérvese la consideración que se tiene a esta antigua sierva en la casa de Jacob. Isaac y Rebeca se la habrían dado a Jacob cuando la familia de éste empezó a aumentar. Probablemente, en la casa de Jacob habría cuidado a José y a Dina. Se había quedado con la familia. Todos la tratarían con cariño y se sentirían apegados a ella. Cuando finalmente hubo sonado su última hora toda la familia está presente en su entierro. Jacob y los suyos la acompañaron a su última morada con lágrimas en los ojos, según vemos en el nombre dado al lugar.
Hoy nos hemos librado de la esclavitud. Obsérvese, sin embargo, que incluso en tiempos en que existía esta triste relación entre hombres, Dios inspiraba con su gracia una fe que convertía esta maldición en una bendición: las cadenas de la esclavitud podían ser cadenas de amor.
Débora significa "una abeja". Un nombre apropiado para una sirvienta. Un símbolo de actividad, diligencia, tesón. Porque la gracia de Dios convirtió a Débora en un siervo querido y fiel. ¿No es esto un ejemplo hoy para muchos cristianos que sólo trabajan pensando en la recompensa, como la hormiga?
En el caso de la sirvienta, Dios inspira en Débora un tierno afecto hacia Jacob, Lea, Raquel y los demás, afecto que es correspondido. No sólo quieren que se les sirva, sino que aprecian y agradecen los servicios prestados. Débora pasa a ser un miembro de la familia. Al morir es como si hubiera muerto uno de los deudos entrañables, como la muerte de un hijo. Como si hubiera sido una hermana de Jacob o de Lea.
Aquí también hay una lección. Hoy no existen en el mismo sentido este tipo de relaciones, entre esclavos y dueños, y apenas en siervos y amos. Pero sí existen relaciones en que otros seres humanos pueden ser tratados como objetos, se les saca el provecho y luego se les abandona como si no hubieran existido. Cuando una persona deja de ser útil a la otra se la arrincona, se le pone a un lado: "Hallaremos a otra en su lugar."
Este tipo de relación hace imposible la fe. Impide la devoción en el que sirve, lo cual niega la fe. Impide cumplir la responsabilidad del que utiliza los servicios del otro, que cree que ha cumplido al pagar el salario; la fe aquí también es muerta. La relación humana es muerta también: en ella no hay ayuda mutua para el crecimiento de la fe.
Débora, la profetiza
“Las aldeas quedaron abandonadas en Israel... hasta que yo, Débora, me levanté, me levanté como madre de Israel.”
Léase: Jueces 4:4; 5:5
Débora es Ia Juana de Arco de la asombrosa historia de Israel. Israel cayó repetidas veces en la idolatría. En estos períodos había perdido todo sentimiento de conciencia nacional y habría renunciado a su prestigio y honor. Pero tenía también una resistencia y una elasticidad que le permitía recobrarse como ninguna otra nación. Se recobraba totalmente de lo que parecía una desintegración espiritual y política. Esta capacidad de renacer de sus cenizas era un don de Dios. Que Dios tenía destinado que Israel tenía que restaurarse, se hace evidente de modo perfecto cuando consideramos la historia de Débora y los días en que vivió.
Casi todos los llanos de Palestina habían ya sucumbido a la fuerza de los cananeos. Jabín, el rey de éstos, residía en Hazor y dominaba a Israel por medio de sus fuerzas armadas. Tenía un potente ejercito, especialmente temido por sus novecientos carros herrados. En contra de ellos los esfuerzos de la infantería eran inútiles. En consecuencia la gente de Israel que poblaba la tierra baja tenía que pagar tributo a Jabín. Vivían en condiciones de servidumbre. Sólo la gente de las regiones montañosas habían conservado su libertad, simplemente porque los carros de guerra de Jabín no se adaptaban al terreno montañoso. Los que vivían en las regiones de montañas como Efraín, poseían todavía una cierta organización, y habían resistido heroicamente.
La esposa de Lapidot, que vivía debajo de una palmera, entre Rama y Betel, en tierra de Efraín, los había inspirado a esta resistencia. Su nombre era Débora, y la llamaban «la madre de Israel». Era astuta, denodada y tenía el don de la profecía y del canto. Les recordaba a sus compatriotas en las montañas la historia de la liberación de Egipto, el paso por el Sinaí, y les profetizaba días mejores en el futuro. Como juez, administraba justicia y les daba consejos. Su reputación era sólida y les inspiraba confianza. Con la ayuda de Barac organizó un ejercito pequeño permanente entre el pueblo. Entrenó e inspiró al jefe de este ejercito, Barac, y le dio instrucciones en la forma en que debía presentar batalla a Sisara, el general del ejercito de Jabín. Su capacidad militar era evidente, y lo prueba que Barac requiriera de Débora que ella le acompañara a la batalla.
Se alistaron diez mil hombres de Neftalí y Zabulón, y los estacionó en el monte de Tabor. Débora dirigió destacamentos que se apoderaran de los pasos en las montañas. Conocía a Jabín y su altivez, y sabía que entraría en el valle del Kisón, terreno sumamente peligroso entonces para los carros herrados, por ser la estación de las lluvias.
Todo sucedió como ella había previsto. Barac estaba esperando en la ladera del Tabor. Los otros bloqueaban los pasos hacia la región del norte. Barac descendió del monte con sus hombres. Sisara se hallaba en el valle de Kisón. Dios envió una tormenta de truenos y relámpagos que desbarató completamente las filas de Jabín. Las huestes de Barac se lanzaron contra el ejercito en desorden de Jabín y los carros acabaron arrastrados o atascados en el turbulento Kisón. La derrota de Sisara fue completa. El mismo pereció en su huída en manos de una mujer, mientras descansaba agotado en una tienda.Dios llevó a cabo una gran victoria a través de una mujer. Barac contribuyó a la misma, pero las alabanzas no recayeron sobre el. Débora era poderosa porque la movía el Espíritu del Señor. De El recibía su inspiración y el fuego de su corazón. Su heroísmo se contagió a todos aquel día. Aún hoy Dios elige a alguna mujer e implanta en ella del temor de su nombre. La nombra «madre de Israel». De ella irradia inspiración y despierta a los que duermen, para que la luz de Cristo los ilumine.
DEMETRIO
(griego, «perteneciente a Deméter» o Ceres, diosa de la agricultura).
(a) Platero de Éfeso que instigó un motín contra Pablo (Hch. 19:24-41).
(b) Un cristiano de alta reputación (3 Jn. 12).
Dina
"Salió Dina, la hija de Lea, la cual ésta había dado a luz a Jacob, a ver a las hijas del país" (Génesis 34:1).
Lease: Génesis 34:1-31
Dina era un chica sobre la cual hay en la Biblia un largo relato. Esta historia se narra en el Cap. 34 del Génesis. Obsérvese la avalancha de catástrofes que siguieron como una cadena de una primera equivocación cometida por la chica. De un modo especial destaca la traición de sus hermanos, que mancillaron el Pacto del Señor al atacar a los habitantes de Siquem, cuando estaban sufriendo el dolor de la circuncisión. La circuncisión era el signo del Pacto. A causa de Dina fue destruida toda la ciudad, y Simeón y Leví violaron la justicia porque se llevaron las mujeres y los niños de aquella ciudad como despojos. El resultado fue tal que Jacob consideró que "los moradores de la tierra lo tendrían por abominable", y tuvo que huir de Betel. Además, ella fue culpable de que Simeón y Leví recibieran una maldición en vez de una bendición al morir Jacob.
¿De qué equivocación procede esta serie de catástrofes? De algo que llamaríamos una travesura. Había sido educada en una casa que hoy llamaríamos cristiana. Pero sentía curiosidad por ver cómo era el mundo, y quiso establecer contacto con la sociedad.
Las tiendas de su padre se hallaban cerca de Siquem. Jacob no había establecido contacto con la pequeña ciudad. Sin embargo Dina quiso ir a la ciudad y contemplar las chicas de la misma, y aun quizá asociarse con ellas. Un día cuando sus hermanos estaban con el ganado dejó la tienda de su padre y se fue a "ver a las hijas del país".
Dina sabía muy bien que se exponía a serios peligros. Habría oído la historia de que (dos veces) su bisabuela y una su abuela habían sido prácticamente raptadas por príncipes locales. Y se fue sola, ¡a esta edad! ¡No había que preocuparse! Ya encontraría manera de que todo saliera bien.
Pero no fue así. Apenas hubo entrado Dina en la ciudad, y había entablado conversación con algunos transeúntes, que el príncipe, hijo del rey Hamor, que se llamaba también Siquem, como la ciudad, la invitó a su palacio. La historia no nos cuenta si Dina consintió o se resistió a los halagos de Siquem; sólo sabemos que éste "se acostó con ella, y la deshonró".
Entonces, se nos dice, el alma de Siquem se apego a ella y se enamoró de la joven y le pidió a su padre que se la diera por mujer.
El deseo de Dina por las cosas mundanas la había llevado a Siquem y allí había perdido su virginidad; sabemos que se quedó en el palacio, y posiblemente habría persistido en servir al mundo. Pero, no fue éste el curso que siguieron las cosas.
Sabemos que una vez pasados a cuchillo los siquemitas, Simeón y Leví, saquearon la ciudad, tomaron sus riquezas y se llevaron cautivos a los niños y a las mujeres. Al parecer esto no turbó en lo más mínimo su conciencia. Ante la reconvención de su padre por su proceder contestaron: "¿Había este hombre de tratar a nuestra hermana como una ramera?" Al pasar juicio sobre el hecho no olvidemos que esta hermana era la que había dado lugar a todo lo ocurrido.
Dina no ha sido sola. También hoy hay hijas que se cansan de residir en las tiendas del Señor. Quieren ver un poco del mundo. Quieren asociarse con los demás, y hablar de modo inteligente de lo que han visto. Esto no es pedir mucho. Sólo un leve contacto con el mundo.
Aunque no es de esperar que el resultado de este deseo sean también violaciones y asesinatos, ponen en peligro la religión del hogar, y esto puede implicar la muerte moral del alma. Para el mundo nada de esto tiene sentido, naturalmente. Pero para la Iglesia de Dios ésta es una degradación seria.
DIONISIO
Miembro del tribunal supremo de Atenas, convertido por la predicación del apóstol Pablo (Hch. 17:34).
DIÓTREFES
Una persona por otra parte desconocida, con gran poder en una iglesia, que gustaba de tener la preeminencia: rehusaba recibir a ciertos hermanos, y expulsaba a otros (3 Jn. 9). Así de tempranamente empezó a manifestarse el espíritu clerical en la iglesia.
DODANIM
Nieto de Jafet y sus descendientes (Gn. 10:4; 1 Cr. 1:7). Pentateuco Samaritano en la primera cita, y LXX y el texto hebreo en la segunda, escriben Rodanim, probablemente designando a los habitantes de Rodas.
DOEG
= «tímido».
Jefe de los pastores de Saúl; le dijo al rey que Ahimelec el sacerdote había ayudado a David. Saúl le ordenó que matara a Ahimelec y a los habitantes de Nob (1 S. 22:11-23). Ejecutando así una de las peores venganzas de Saúl.
DORCAS. Dorcas (conocida también como Tabita, que significa "gacela") era una cristiana de tope a quien Pedro resucitó (Hechos 9:36‑43). Era amada por todos y notoria por sus buenas acciones y caridad, especialmente por la ropa que hacía y regalaba. Cuando Pedro la resucitó, la noticia cundió por todas partes, y como consecuencia muchos conocieron a Cristo.
Drusila
"Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe de Jesucristo" (Hechos 24:24).
Drusila era de Edom. Era la hija del rey idumeo Herodes Agripa y había nacido en el año 34 D. de J. Como los suyos, Drusila profesaba la religión judía. Cuando oyó a Pablo en Cesarea aún no tenía veinte años, a pesar de que ya habían ocurrido muchas cosas en su vida. Era famosa por su hermosura. A los dieciseis años se había casado con el príncipe Azizo, rey de Emesa. Pero, el gobernador romano Félix la conoció en un festival en la corte, y se interesó en ella. Cuando Félix envió a Drusila un nigromante judío, Simón, con una invitación personal, Drusila abandonó quietamente la corte de Azizo y se dirigió a Cesarea, donde se casó con Félix. Ante la ley judía evidentemente el matrimonio era ilegal. Drusila no tuvo inconveniente en aparecer en público como la esposa de Félix. Azizo tuvo que aguantarse, simplemente.
Drusila llevaba un año viviendo con el gobernador romano cuando Pablo llegó a Cesarea en circunstancias que pueden leerse en el capítulo 23 de Hechos. Es posible que cuando Pablo fue llamado ante el tribunal de Félix, para responder a las acusaciones de los judíos, capitaneados por Tértulo, Drusila se hallara presente en la sala, si bien no hallamos confirmación de esto en el libro de Hechos. Pero sí hallamos allí que a los pocos días, Félix y Drusila, los dos conversaron en privado con él respecto a la fe de Cristo.
No sabemos exactamente qué ideas se cambiaron en esta conversación, pero no parece improbable que Pablo aprovechara la ocasión para dejar claro en oídos de Drusila, que de nombre por lo menos todavía era judía de religión, cuáles eran los requerimientos éticos de la ley mosaica y las consecuencias de su infracción. Este se evidencia en el versículo 25, donde se nos dice que Pablo disertó sobre «la justicia, el dominio propio y el juicio venidero», en términos tales que el nuevo esposo de Drusila, Félix», «se aterrorizó y dijo: «Vete por ahora; pero cuando tenga oportunidad te llamaré.»
Es probable que Drusila se burlara de Pablo y de sus ideas sobre el dominio propio y la justicia. No sabemos nada más de Drusila por la Biblia, pero este mismo hecho parece indicar que su conciencia no quedó afectada muy profundamente, y en todo caso su conducta no lo mostró. Josefo, el historiador judío, nos cuenta que Drusila murió en la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya y Herculano. Drusila había ido allí, precisamente unos pocos días antes de la erupción con su único hijo, Agripa, y pereció sepultada por la lava.
Drusila había deshonrado su fe judía, había rechazado a Cristo, abandonado a su esposo y vivía en pecado. Drusila supo cuán «horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo».
DUMA
«silencio».
Hijo de Ismael y fundador de una tribu de Arabia (Gn. 25:14; 1 Cr. 1:30).
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